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sábado, 1 de junio de 2013

EN LA REVISIÓN DE MANUSCRITOS

pluma-papel


Cuando creas que has terminado con el trabajo duro de escribir un libro, no respires todavía; aún no ha finalizado tu tarea. Guárdalo en tu “cajón de escritorio”.
Recupera el escrito días más tarde. Vuelve a leerlo en silencio, en voz alta. Revisa cada palabra comparando los distintos borradores que te llevaron a la conclusión final.
No abandones nunca tu tarea antes de dar por finalizadas todas las correcciones que se puedan realizar. Nunca des por terminado un escrito hasta que logres convencerte a ti mismo de que realmente ya no se puede mejorar. Si nos resulta difícil encontrar o descifrar algún mensaje en nuestros textos, o no somos capaces de recordar qué ideas o pensamientos nos impulsaron para componer el ejercicio, armémonos de paciencia y de un montón de hojas en blanco.
Busquemos dentro de nosotros el instante en que escribimos este primer borrador. Intentemos revivir el momento en que se produjo el fluir de palabras. Releamos varias veces lo escrito. Si descubrimos que tras varias lecturas no encontramos un mensaje concreto o no tenemos clara la idea, recuperemos aquellas palabras, aquellas frases que pensemos merezcan la pena guardar y pongámonos de nuevo a practicar un ejercicio de escritura libre.
Si al final descubres que debes dar al traste con él, por mucho esfuerzo, por mucha pena que te dé, no dejes de alejar de tu pluma esa hoja que, de seguro, tan solo te traerá dolores de cabeza. Piensa que tanto trabajo si que te sirvió para algo.
El escritor corrige con la cabeza, en efecto, pero escribe con el corazón. Escribe con su vida, sus viernes soleados, sus besos, sus astillas, sus zozobras, sus huecos. Escribe con las cosas más extrañas imaginables, pero no con la cabeza.
La fantasía es en nosotros más primitiva que la realidad. Ahora bien, ni en el puro fantaseo, ni en la corrección a secas, reside exactamente la esencia de la creatividad. Los momentos auténticamente creativos de la escritura literaria tienen lugar en una zona intermedia también; allí donde el pensamiento dirigido y el pensamiento fantaseador se equilibran, se alternan, y lejos de oponerse comienzan a trabajar al unísono.

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